viernes, 20 de diciembre de 2013

El destierro de Barbosa


     ¿Cuán cruel puede ser la vida? ¿Y el fútbol? Los ejemplos históricos nos dicen que mucho. Generalmente no nos damos cuenta de las implicancias que algunas palabras tienen y el abuso que de ellas hacemos en el mundo del fútbol. “¡Partido de vida o muerte!”, titulan los diarios. “¡El campo de juego será un campo de batalla!”, sentencian los micrófonos de las radios. ¿Qué es más definitivo que la muerte? Ciertamente nada. ¿Y qué puede ser verdaderamente menos definitivo que el fútbol?
En eso estamos: en el camino de la desdramatización de este deporte. ¿Nos apasiona?, sí por supuesto. Pero que también nos debe llevar a poner en discusión el discurso de la fatalidad, el discurso del dramatismo. Ese discurso que ha elevado a los límites de lo inimaginable el componente naturalmente explosivo del fútbol y que puede servir para explicar en parte la violencia que ha generado. Gran parte de esto recorre la siguiente historia. Trágica, cruel, dramática, real.  
El día que Brasil lloró: documental sobre la final de 1950.
El “Maracanazo” fue la tragedia futbolística más grande de la historia. Medité la utilización de la palabra “tragedia” conforme a lo que venía diciendo en los párrafos anteriores. Decidí usarla porque así vivió el pueblo brasileño aquella derrota. Hasta tal punto fue así que, según cuenta la leyenda, el capitán uruguayo Obdulio Varela caminando disfrazado esa noche por las calles de Río de Janeiro pensó en devolver la copa, ante el llanto de cada brasileño que se cruzaba.

lunes, 13 de mayo de 2013

El peor Boca de la historia



Si algo nos ha demostrado el fútbol es su falta de absolutismo, de estatismo, de inmovilidad e inmutabilidad con el paso del tiempo. Nada ha resultado verdadero más allá de una cierta cantidad de años. Todo fue variando con cada partido, con cada minuto de juego transcurrido. Hasta con cada centro tirado al área. Ningún paradigma supo imponerse ni perpetuarse. Los clubes han cambiado su historia, fluctuado sus resultados, se han modificado sus destinos, apresurado su final, y también ha sido precoz el avance de otros. Lo aceptado hoy, refutado mañana. El campeón de hoy es un último en potencia. Tarde o temprano el juego dará su veredicto desfavorable. Un palo puede cambiar el destino, un error defensivo, hasta un fallo arbitral puede poner todo patas para arriba en un segundo. A la conclusión que llegamos siempre es la misma: así es el fútbol…
Pero no seamos tan fatalistas. No arrojemos todas las culpas sobre un deporte (el fútbol después de todo es sólo eso) que lo único que hace es exacerbar hasta limites insospechados el componente de azar que todos los juegos poseen. Fijemos el ojo en otras circunstancias, más mortales, que estén a nuestro alcance. Lo más cercano es lo más sencillo de modificar, y de ver también (preguntémosle al arquero sino, que siempre se encuentra a no menos de cien metros del gol propio pero que en cambio convive permanentemente con el gol ajeno. Mucho más cercano, mucho más a su alcance).
Boyé, Negri, Heleno, Yesso y Pin: delantera de 1948 desmantelada en el '49
En fin. Lo que quería decir -en resumen- era que entendemos mucho mejor el fútbol si nos apartamos al menos por noventa minutos de ese componente azaroso que no podríamos sino intentar reducir apenas un poquito. De eso se trata ¿o no? De reducir la suerte a una minima expresión. Propongo, en cambio -y tal como lo marcan las líneas de este pequeño espacio- un recorrido por otros caminos más al alcance de lo humano y sus contactos con la materia: con la pelota.
Pensaba a propósito del título de esta nota: ¿Qué mejor ejemplo para la teoría del cambio constante en el fútbol que este Boca? Que este presente del club Boca Juniors y cotejarlo con un pasado que parece remotísimo, hasta el punto de esfumársele de la memoria a muchas personas. Es lógico, nadie puede recordarlo todo. ¿Qué mejor demostración -pensaba- que una historia que parece que nunca hubiera ocurrido, que parece no ser real?