¿Cuán cruel puede ser la vida? ¿Y el fútbol? Los ejemplos históricos nos dicen que mucho. Generalmente no nos damos cuenta de las implicancias que algunas palabras tienen y el abuso que de ellas hacemos en el mundo del fútbol. “¡Partido de vida o muerte!”, titulan los diarios. “¡El campo de juego será un campo de batalla!”, sentencian los micrófonos de las radios. ¿Qué es más definitivo que la muerte? Ciertamente nada. ¿Y qué puede ser verdaderamente menos definitivo que el fútbol?
En eso estamos: en el camino de la
desdramatización de este deporte. ¿Nos apasiona?, sí por supuesto. Pero que
también nos debe llevar a poner en discusión el discurso de la fatalidad, el
discurso del dramatismo. Ese discurso que ha elevado a los límites de lo
inimaginable el componente naturalmente explosivo del fútbol y que puede servir
para explicar en parte la violencia que ha generado. Gran parte de esto recorre
la siguiente historia. Trágica, cruel, dramática, real.
El día que Brasil lloró: documental sobre la final de 1950.
El “Maracanazo” fue la tragedia
futbolística más grande de la historia. Medité la utilización de la palabra
“tragedia” conforme a lo que venía diciendo en los párrafos anteriores. Decidí
usarla porque así vivió el pueblo brasileño aquella derrota. Hasta tal punto
fue así que, según cuenta la leyenda, el capitán uruguayo Obdulio Varela
caminando disfrazado esa noche por las calles de Río de Janeiro pensó en
devolver la copa, ante el llanto de cada brasileño que se cruzaba.